La muchacha al beso de acero.
Acto I de un cuento erótico teniendo para escena, San-Antonio, Texas.
¡Que romántica imagen! Se me sienta a la mesa a esta tabla, a poca distancia del canal. Los árboles
se reflejan en las aguas tranquilas del canal. Un barco abarrotado de turistas sobreexcitados pasa
lentamente, que rozan apenas la tapia de cinturón del canal y, viene a perturbar un momento la suave paz
de los lugares, luego va a desaparecer en una curva, que encubre poco a poco los gritos. Los sonidos de la
ciudad muy cercana se confunden de nuevo con los ruidos domésticos del café-terraza que confina el canal.
Soy a San-Antonio desde una hora solamente. Puedo apreciarme finalmente, una determinada paz después
de este viaje matador antes de encontrarme una morada para la noche.
Observo los canales, las caras que entorpecen los cafés, el enamorados sobre los bancos, las guías que
gandulean pacíficamente en este oasis florecido; los canales se extienden libremente y se alargan y libres
bajo las calles disciplinadas y entorpecidas de la ciudad. Una dama elegante y muy bonita se acerca y se
sentase a la tabla vecina de la mío. No puedo impedirme observarla detenidamente y yo tressa en mi vientre
imaginándose una aventura con ella, para amueblar estos algunos días de paso en esta ciudad del sur
de Texas.
Me echa un vistazo destacado de una sonrisa discreta. Tengo apené a interpretar este gesto; ¿es la
manifestación de la facilidad de uso tradicional y privada de intenciones de las Americanas, o una hábil
tentativa de seducción? Le vuelvo su sonrisa y me atrevo a comprometer un principio de conversación, de
las observaciones banales sobre un tema banal que no corre el riesgo de dejar traslucir los impulsos
sexuales que vienen a repentinamente atormentarme.
Compartimos en adelante la misma tabla, experimento una determinada euforia que debe verse realizarse
así una parte de mis lúbricas intenciones. Los minutos que siguen son muy agradables pero siempre
impresiones de una neutralidad emocional, no he percibido en ella nada que no me permita sólo esperar
ya que un encuentro amistoso. Me entero de que se casó y se divorciado, ella espero a su hija quien debe
traer en su casa de suburbio como lo hace todas las noches después de su trabajo. Esta tabla es su lugar de
vuelven habitual. Así pues, se me fija; no soy más que un inofensivo pasatiempo, una tapa para
acompañar la ingestión de una sucesión de cafés al gusto insípido; le ayudo así a amueblar estos
demasiado largos minutos a esperar a su hija. Después de un largo momento a discutir de cosas y temas
anodinos me dice:
- "My daughter is finally here."
¿Veo algún uno acercar a lo lejos o sería alguna cosa? Tengo apené a imaginar que se trata efectivamente de
una muchacha y que es su hija, ella, mujer elegante y de paso aristocrático, cuya belleza tradicional no
corresponde con el aspecto general de esta cosa discordante que se acerca en nuestra dirección. Una
pequeña animal desvergonzada, que se asemeja a un payaso escapado de una casa de fieras más que a una
jovena muchacha de buena familia.
- "She's very special" me dice a su madre que percibe en mi mirada un determinado asombro. Y con una voz plena de contrición
delante lo inevitable:
- "I suppose it will pass her."
Por supuesto como eso pasó a todos nosotros que conocieron nuestras horas de anticonformismo. La veo
zigzaguear alrededor de las tablas, desafiando, burlarsando los huéspedes sentados a la mesa, pequeña
peste fina y alta sobre sus piernas, esta abigarrada tal una pordiosera escape del imaginario de Bertold Bretch.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, 1 janvier 2000) © 1999 Jean-Pierre Lapointe