La pequeña muchacha Tuareg el guardia-ángel del desierto.
Acto I de un cuento erótico que tiene para escena el país de los Tuaregs
"Es allí un bien gran misterio. Para ustedes quienes gusta
también el pequeño príncipe, como para mi, nada del universo
no es similar así en alguna parte, se sabe dónde, una oveja
no conocemos, sí o no ha comido una rosa...."
Saint-Exupéry.
Eso hace dos días que soy inmovilizado en el desierto. Hace calor. No hay nada en vista. El horizonte muy
alrededor se envuelve de un imperceptible vapor, que tuerce los paisajes y hace nacer los mirajes. El
pánico me gana. El sol me tortura, se consume a pequeño fuego. Siempre no he conseguido desencallar el
vehículo. Todos estos esfuerzos para avanzar de algunos metros y volver a caer siempre, en el mismo
líquido, la arena líquida.
¿Por qué emprendieron solo esta travesía del Sahara? Conocía sin embargo, los peligros. Se lo había avisado.
Para contradecir estas voces interiores, que lo martillaban, sin cesar, que la vida era peligrosa, estas
conciencias interiores heredadas de mi madre, había querido, cabeza de mula, incontrolable aventurero,
hacerlo a pesar de todo, para expresar mi sola libertad.
Partido de Agadès hace tres días, viví de insospechables dificultades sobre las pistas del Aïr y
ahora, del Hoggar. La principal tarea era de tener la pista, lo verdadera; no dejarse intentar por las
roderas peligrosos, que se escapaban de la pista: este desvnecimientado sigue que se dispersaba como una
esposa frívola, a la izquierda, a la derecha, evitando las dunas de arena a la derecha, pasando los uedes
desecados a la izquierda, los campos de piedras afiladas, las roderas cavadas por los pasos incesantes de
los camiones, salir de la pista a la izquierda para evitar los hoyos a la derecha; cuál pista tomar, y al final
de la cual se encontraría el callejón sin salida, la pista borrada por lo aliento del simoun, las arenas
líquidas, la pista dura, Tamanrasset, el consuelo del oasis, el paraíso.
¿Por qué había emprendido solo, esta travesía? ¡Para la vida! ¡Para la libertad! ¡Para no
dejarme morir! ¡Para circular, hablar, gritar, gustar, vivir, no dejarme vivir! ¡Para no
dejarme dormir por la vida, otros, los burócratas, las madres, los consejeros espirituales!
¡Para gritar mi vida, huir los coñazos de vida, los moribundos de la comodidad, los burócratas del
conformismo, las matronas tribales! ¡Para negarse que fuera un número, un flexible asiduo de los
contadores alimentarios de la socialdemocracia, para rechazar los seguros de vida, las muletas, la
dependencia! Quería estar solo, me morfo para la vida, soplarme para el amor, huir los sacerdotes, las
sacerdotes, los inquisidores, los moralizadores, las Gorgonas de la Asamblea Nacional, los guardias de la
moral tribal, las madres posesivas, los big brothers, el............ quería ser libre como un Tuareg.
Y soy allí, inmóvil, después de un otro día, torturado por el sol omnipresente.. Días a morforme el espíritu, por
gritar mi libertad contra la tribu opresiva, por vivir mi libertad. ¿Otro día a esperar a la ayuda, el
zumbido de un camión, una caravana, de los tanques garamantes, qué saben? Debía esperar para
tener el anímo de sacarme. Esperaba ayuda y era sin embargo allí, por mi terquedad no dejarme dormir en la
comodidad de la tribu, la tranquila dependencia de la tribu, y debía allí esperarme de ayuda, mí que
siempre había rechazado la ayuda, matriarcale, patriarcal, tribal, institucionalizada, el suave seguro del
estado providencial.
Avancé que muy poco en mis trabajos de salir del arena, tenía un gran deseo de dormirme para
siempre.
La noche va pronto a venir, la noche salvadora, el cielo infinito como horizonte, y, mañana seré otro día,
otro día de infierno, y, al igual que las demás noches, me negaré a abandonar, a dejarme dormir para jamas, de terminar con la vida. Detener luchar, negarse a dormirme, descansarme, morir, nunca. Mañana
será otro día. Y yo mismo sólo tendré para salirme. Estaba aún bajo el camión. Hacía muescas en el suelo
inestable bajo las ruedas del vehículo, que aprovechaban la suavidad del final del día. El sol comenzaba a
bajar en el horizonte, el corto crepúsculo se anunciaba. Oí ruidos en la arena.
Eso esta parece come un ligero chasquido en la arena, casi imperceptible, de los ruidos furtivos. Era sin
duda un pequeño animal, que salía de su madriguera para aprovecharse con mi de la noche salvadora. Un
amigo, para sobrevivir o morir con mi. Aumenté lentamente los ojos.
Había pies desnudos establecidos en la arena a dos passos del vehículo.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes arabes, mars 1997, revision avril 1998) © 1996 Jean-Pierre Lapointe