Salimata la joven muchacha africana.
Acto I de un cuento erótico que tiene para escena Burkina Faso
- "Atención, atención, el Sr. Marco en salida para París sobre el vuelo 435 de Air Inter, quiere
presentarlo al quiosco de información si les agrada."
Tenía apené a imaginar oír mi nombre. Ya esperaba Sali desde horas y me desesperaba de revisarla antes
de mi salida para París.
- "El Sr. Marco , quiere presentarlo al quiosco de información si les agrada."
- "es ella, está finalmente allí" me dice.
- "repito, el Sr. Marco en salida para París, quiere presentarlo al quiosco de información si les agrada."
La voz de la presentadora del quiosco de información se reverberaba sobre las paredes sólidas del gran
vestíbulo; ya no oía más que esta voz que encubría los ruidos que apagaban de la muchedumbre que ya se
aglutinaba desde horas en la sala de los pasos perdidos de la terminal de Ouagadougou. La voz neutra y
funcional de la designada al quiosco de información, sonaba a mis orejas como una caricia plena de
sensualidad. Sali estaba allí muy cerca, casi la afectaba, vibraba en mi cuerpo como antes del acto sexual.
Había derrochado 100 días de mi tiempo parecido de cooperar al desarrollo tecnológico de un
África que parecía ya saber lo que quería, y que se sentía deber aceptar mi ayuda y la de mis
camaradas de empresa, para obtener estos útiles billetes verdes procedente de las agencias de cooperación
internacionales.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, décembre 1999) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
Se hacía denominar Sali, pero su nombre verdadero era Salimata. Sólo la conocía desde ayer, pero su
presencia me era familiar. Ya debía dejarla, antes mismo de conocerla realmente. Bonita y hechizando
Africana para amueblar a nunca, mis sueños exóticos de aventuras enamoradas.
Era allí, todas la tardes, a la piscina del hotel Ran donde colocaba. La enviaba nunca la palabra. Y sin embargo,
era una presencia familiar, y me preocupaba internamente cuando era ausente. Era una amiga quien se observa a lo lejos y que se querría mejor conocer. Pequeño bañista incapaz, intentaba controlar las aguas poco profundas de la piscina del hotel Ran, toda la tarde después de las 13 hora, durante la siesta diaria de la que me privaba regularmente para observarla silenciosamente, extender su
maravilloso cuerpo oscuro de jovena africana. Lo había elegido entre todas que los figuraban del extraño
aréopago que frecuentaba el hotel, las Occidentales pedantes y siempre apremiadas, a las bonitas turistas
al paso extraviado, a las bonitas Africanas elegantemente brillantes para el amor, las empleadas
abandonado, igualmente disponibles a sucumbir a mis impulsos sexuales; pero había elegido Sali que no
parecía ser allí con este fin, yo no sabía realmente porqué, pero me lo amaba ya a distancia.
Estaba allí, de pie e inmóvil, con mis equipajes de mano, entre la muchedumbre coloreada e
indisciplinada que entorpecía el vestíbulo principal de la terminal de Ouagadougou. Me había desesperado
de revisarla finalmente, antes de mi salida para América. Me había dado una cita. Y estaba ahora allí, en
alguna parte entre esta muchedumbre densa y animada. Tenía escalofríos de adolescente y con todo lo
sabía, no hay, al final de este encuentro, cualquier aventura sexual. Tomaba el avión esta misma noche.
Habíamos cenado la víspera al restaurante "el Jardín". Me había propuesto el lugar; esta primer cita que debía hacernos encontrarse para
la primera y desgraciadamente, por la última vez. Habíamos comido, sentados a la mesa en una esquina discreta del jardín. Bonita y
emprendienda Africana que había abarcado con pasión. Tenía, lo sentía, planeado este momento de que gozaba tanto que mi.
La había esperada durante mas horas, impaciente en los jardines del hotel Ran, desesperándose que no viene, luego había aparecido en el
momento en que no esperaba ya verla venir, yo comprendía finalmente que hacerse esperar, era también eso ser una mujer. Era radiante, ella lo
había abarcado como si nos habíamos conocido desde siempre. Habíamos examinado las calles oscuras y desérticas de Ouagadougou,
pasado los jardines del hotel Ran, bordeado el mercado desértico, cruzado los granes bulevares siniestros, pasado el lugar de la
Revolución donde sus hermanos, tenía dice con una voz triste, se habían muerto sacrificados para una inútil Revolución. Habíamos
cruzado la ciudad desértica, mano en la mano, esta ciudad polvorienta y anónima que nosotros pertenecía para una noche; se me volvía a
ser un niño que descubría para el primero vez, la pasión carnal
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