Salimata la joven muchacha africana.
Acto II de un cuento erótico que tiene para escena Burkina Faso
- "El Sr. Marco, quiere presentarles al quiosco de información si les agrada."
La llamada de mi nombre se reflejaba sobre las paredes densas del vestíbulo y afectaba mis tímpanos,
hundiéndome para un momento en los pozos sin fondo del sueño.
Avancé en dirección del quiosco de información. No la veía siempre. Y con todo, estaba allí, y mi corazón
que lo sabía pegaba la "chamade". Avanzaba torpemente en dirección del quiosco de información, que
trastorna al paso estos seres multicolores, que se agitaban en desorden sobre el entarimado que deslizaba y
que llenaban el gran vestíbulo, desde hace ya 4 horas que esperaban la salida del vuelo 435.
Olvidaba momentaneamente mi estado de exiliado en este país perdido, parecer a trabajar.
Sali me observaba. Sólo veía los glóbulos blancos de sus ojos, su cara se confundía a la negrura de la
noche y brillaba momentaneamente bajo los reflejos de la luna. Las unas de sus dedos se habían insertado
en mis carnes. Escalofríos extraños recorrían mi cuerpo.
Íbamos en las calles amplias y desérticas de Ouagadoutou, era la primera vez que estábamos solos ambos.
Sali me había abordado por primera vez la tarde mismo a los accesos de la piscina, se había acercado y
había presentado, y se había sentado a mi tabla como si nos conozcamos siempre desde. La observaba
desde horas que fingían leer, hojeando sin interrupción un viejo SAS derrengado, ella parecía no ignorar
el interés que llevaba por ella y me había abordado sin ningún desconcierto.
Era bonita en su casi desnudez, un cuerpo delgado sobre largas y finas piernas y senos minúsculas, que se
veían apenas, inflando ligeramente el buston de "propileno" de su dos piezas traje de baño, cuyos dibujos a las
flores multicolores, centellaban como estrellas, sobre su carne ligeramente revestida con cobre; finas
burbujas de agua goteaban aún sobre su cuerpo bronceado, como sobre la piel bronceada de un animal
salvaje. Se asemejaba a una fiera, una pantera extasia que la fijaba de sus ojos inmensos en los globos
extrañadamente blancos, ella me hablaba sin ningún desconcierto, como si ya lo habíamos hecho cada los
días desde un mes que estaba allí, y que frecuentaba así los accesos de la piscina. La observaba
admirado y un poco sorprendido de verla así relajada, como si no fuera la primera vez, pero sólo
teníamos poco tiempo y eso, yo lo sabía.
Cuando nos dejamos esa tarde, lo había dado vuelve para la noche mismo, combinamos cena juntos, en un
restaurante de su elección.
La percibí a lejos, no era más cierto que era Sali, otra mujer parecía, que se había transformada,
como para destacar un acontecimiento significativo, un largo cuerpo desgastado envuelto de uno "boubou"
dibujado de mil de tatuajes; se avanzaba abandonando que hacía arremolinar sus caderas móviles en torno
al eje central de su cuerpo rectilíneo, ella partía determinada a la muchedumbre, como una diosa segura de
ella. Llevaba un extraño turbante florecido, que se envolvía alrededor de su cráneo y ocultaba
completamente su cabello; se decoraba de múltiplos babioles, joyas centellando a las muñecas, largas
pechinas a las orejas y extraños amuletos, baratijas sonoras de los cuellos de perlas que colgaban sobre su
pecho hasta el nivel del plexo solar; solo visible era su cara, una de sus hombros, sus antebrazos y sus
manos así como sus clavijas, como manchas extrañas de un negro profundo, que se trasladaban bajo el
resplandor de este montaje coloreado y móvil, por la acción de su desplazamiento articulado en el espacio.
Pedante, elástica, fluida y sonora, se desplazaba como una pantera, partía a la muchedumbre con
voluptuosidad descaderando, que atraía las miradas de los hombres subyugadas por su belleza de fiera, que no trasladaba su mirada de mi dirección. Se detuvo frente de mi y depositó un largo beso sobre mis labios aterrado.
Intercambiábamos pequeños regalos, banales recuerdos, fotografías, dándose la ilusión nunca de dejarse.
Sobre la pista a lejos, ya, los pasajeros invadían el tarmac. El personal de borde del avión comprobaba
nuevo de los equipajes de los pasajeros antes de que dejarles tomar la escalera, que los llevaba en la
carlinga del Airbus; doble comprobación, que lanzaba una duda de la eficacia de los trámites, que
acabábamos de sufrir de la parte de los representantes autoridades del país.
Debía dejar Sali ahora.
En ese momento, empleados de la seguridad de la terminal me abordan y me piden seguirlos. Yo hola a Sali
una última vez que no comprendé aún la razón de esta interpelación. Se me trae en la oficina de un oficial de
la seguridad. No comprendo lo que pasa, mi avión debe ir inmediatamente, pido que se me explique la
razón de esta interpelación.
Un funcionario altivo y poco apresurado me retiene con una lentitud y rodeos lingüísticos calculada, que
contemplan a aumentar voluntariamente su función de autoridad. Tiene cura de verme fracasar mi vuelo
para París. Me explica entonces que tengo infrinjo las leyes del país intercambiando con una jovena
africana, objetos non identificado entre las zonas aduaneras del terminal.
Intento sin éxito hacerle comprender la absurdidad de estas alegaciones, y que no hacía más que
intercambiar recuerdos banales con una amiga. ¡Comprendo entonces, que tendré mucho mal a
convencerlo antes de la salida del avión, conociendo el carácter kafkaïen de este país y el abuso de
autoridad de sus funcionarios!
Soy allí inmóvil y sin defensa, delante de los funcionarios puntillosos que sólo lo tienen un único placer, el
tomar a los ciudadanos en defecto y poner de relieve su poder discrecional.
- "Atención, esto es la última llamada para los pasajeros del vuelo 435 en dirección de París, quiere
presentarles inmediatamente al muelle de embarque."
La llamada de los pasajeros del vuelo 435 se hace cada vez más insistente, y sé ahora que perderé el avión.
No experimento ningún pesar, la imagen de Sali cumple mi espíritu, y no me rechazo ya a la idea de sufrir
aún la absurdidad de una estancia prolongada a Ouaga, estaré a sus lados y es lo que me reconforta. ¿Pero
será libre para hacerlo? No sé ya nada. Mi espíritu es perturbado. Es a otra parte de siempre así en este
país; sin alcunas ayudas, tienen el sentimiento de estar sobre una otra planeta, fuera del tiempo, de las leyes,
de los hábitos; desean poder basarse en algún uno, una persona del país o llegada por otra parte pero que
conozca las normas no escritas, y que los garantiza de un sentimiento real o ilusorio de seguridad. Y
pienso a Sali, la única, única boya de salvamento que me permanece.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, décembre 1999) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
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