El presente de la joven guerrera Moudjahid
Acto II de un cuento erótico que tiene para escena Afganistán


fille d'une tribue d'Asie

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Después de largos minutos a esper, oíamos de nuevo a crepitar de los fusiles y la caída de un cuerpo, lo sabíamos ahora, éramos el de nuestro camarada inglés. Combinamos ser eliminados uno después del otro, sin razón aparente, nuestros bienes siendo entre sus manos, qué interés había que liquidarnos si no para evitar la tarea difícil entregarnos a las autoridades legales.

Luego poco más tarde, fue a la vuelta de mi compañera. Protestaba ante los soldados que hacían todas las señales para evitar esta etapa o hacerme pasar antes ella. Realizaba que habrían podido guardarla y abusar ella y esta perspectiva me era tan dolorosa que de verla morir antes de mi. Puesto que era necesario morir.

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Se lo trajo. Esperaba con angustia al crepitamente de las armas que no vino. Temía lo mismo no oírlos. Pasó de las horas. Horas atroces durante las cuales, me ponía a esperar esta cínica descarga que la habría liberado de sus verdugos. Nada. Todo ser silencioso.

Seguía siendo allí postrado. El aire huraño, los ojos clavados al suelo, esperaba el final, renunciado; volvía a pasar en mi cabeza todos los episodios de mi vida, que enmarañaban en cascada. Una vida que iba a abandonar, tenía la certidumbre.

Luego el joven encargado se movió ligeramente en mi dirección sin levantarse. Deslizaba hacia mi sobre sus rodillas, las nalgas saltando ligeramente sobre sus piernas que arrastraban sobre la tierra pegada. Sus saltos vacilantes se ella acercaban lentamente de mi, y esperaba finalmente establecer el contacto, la simpatía recíproca que me habría permitido a comunicar. Al exterior, todo era tranquilo. Acababa de pasar un largo momento desde la salida de mi compañera.

Creía haber despertado en él, un determinado compasión. Iba a venir a tranquilizarme o reconfortarme antes de mi final o simplemente hacer el propio trabajo. No podía percibir sus intenciones reales sobre su cara. Nos observábamos ahora derechos en los ojos.

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Sus ojos brillaban. De qué resplandor se trataba, no podía entender la significacion; ¿era el resplandor fanatizado en los ojos del belicoso, del verdugo vengador, del asesino vengativo, del violador impaciente? Quería agarrar la significacion de su planteamiento y se acercaba lentamente como un animal hacia su presa, ya sentía su respiración sobre mi cara, liberado por la ansiedad, tenía miedo. El miedo del hombre abusado, violado pero en mismo tiempo tenía un interlocutor a quien hablar, hacer los gestos, las entonaciones con la voz, los mímicos, los tratos que podían conducirnos a un apaciguamiento.

Se detuvo derecho ante mi. Nuestras rodillas se afectaron. Su carabina, incrustada de piedras brillantes, se suspendía a su hombro izquierdo y la tenía bien firmemente sobre su cadera izquierda, el cañón en mi dirección el índice apoyado en el gatillo; veía distintamente los agujeros dispuestos simétricamente muy alrededor de la camara de combustión, y que escupirían el fuego en el momento de la explosión. Iba a liquidarme fríamente, a un metro de mi, mi sangre iba a rociar a su cara. Esta imagen amueblaba mi espíritu, cerraba los ojos, renunciado esperaba la detonación.



Sentí sobre mi mejilla, un ligero fuelle. Un objeto había rozado suavemente mi mejilla. Abriendo los ojos yo percibidos su mano que acariciaba mi mejilla. Exploraba mi cara de su mano, como si se trataba de un objeto extranjero, cuyo origen no conocía. Este gesto no era hostil, tenía la convicción.

Se alzó de nuevo, y me encontré a rodillas, ligeramente inclinado hacia mi, habría podido lo afectar si mis manos hubieran sido libres, su mano permanecía apoyada en mi cara.

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Su arma siempre se suspendía a su hombro izquierdo, y volvía a votar ligeramente sobre su cadera. Había retirado su dedo del gatillo y mantenía su equilibrio de su mano izquierda apoyada en el suelo. Su mano derecha se puso a moverse de manera más voluntaria sobre mi cara, explorando otras facetas que le parecían extrañas o incomprensibles según a sus ojos.

Me afectaba como se afecta un objeto raro para entender las formas, por lo menos, esto es así que lo percibí. Su mano era áspera pero al mismo tiempo, la sentía delicada, delicada como la mano de un niño, la mano de una niña. Sus dedos dirigían mi cabello extrayéndolos delicadamente. Luego rozaron mi oreja, mi nariz, oí entonces una ligera risa sarcástica que salía de su boca. Luego retrocedió ligeramente, se basó en sus nalgas con lentitud y sonrée los ojos siempre clavados a mis ojos. ¿Tenía el sentimiento de trabajar una amistad o era una mala impresión? Su mirada era de una determinada ternura y casi podía imaginar las características de una joven muchacha.

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Se acercó con prudencia y emprendió de desenredar los vínculos que inmovilizaban mis manos. Hablaba, de las frases cortas, inintelligibles, entrecruzadas de ligeras risas. Tenía las manos libres. Me observaba, la boca abierta; podía ver sus pequeños dientes blancos y sus ojos que chispeaban.

Acercó su mano y tomó mi mano derecha que depositó sobre su mejilla y allí lo apoyó mucho. Tuve como un movimiento de retroceso, pero lo reteniste con una determinada energía de modo que haya comprendido que no podía elegir. Era imberbe pero su piel era agrietaba, tallada por el sol intenso, una piel de indio, como una corteza de árbol, ella tenía la consistencia de la naturaleza, el color y el olor también.

Hizo viajar mi mano tranquilamente sobre las asperezas de su cara, de su nariz, de sus orejas, de su cabello negro y grasiento bajo su turbante que se era desenredado, y la dirigió lentamente hacia abajo, en lo apoyó mucho en los tejidos de algodón que cubrían su cajón. Se detuvo en el busto. Sentí como una excrecencia, un pequeño pezón que molía su camisa, y mis dedos que viajaban así, se colgó al paso a un pequeño botón, la papila de su seno que se ponía rígido bajo mis dedos.

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Seguí siendo fijo de asombro. No había previsto eso, dirigía ligeramente esta pequeña entrerrosca y la papila que lo adornaba, como para convencerme mejor de la exactitud de mi súbito descubrimiento, era una muchacha. Iba a retirar mi mano pero la dirigió con firmeza por la apertura floja de su camisa, y con la palma de mi mano, acarició este joven pecho en movimientos circulares cada vez más acelerados y violentos. Imperceptibles gemidos salían de su boca. Pasó de un pezón al otro para acelerar el despertador de sus sentidos, sus pezones pasaban a ser más o más rígidos bajo mis dedos, y se torcía freneticamente alrededor de su tronco.

Luego, su mano implicó mi mano por la apertura de su pantalón ancho y hubo con seguro. Exploraba al mismo tiempo, con ojos llenos de avidez, las partes ocultadas de mi cuerpo, en mi sexo que ya mostraba señales de excitación bajo mi pantalone, mis sentidos se despertaban, lo sabía pero no hizo ningún gesto en esta dirección.

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Yo sentido una charca húmeda sobre la palma de mi mano; había alcanzado el orificio de su útero ya entreabierto, sentía al cabo de mis dedos la materia viscosa de sus labios que se extendía sobre todo el perímetro de la apertura; se torcía de placer bajo mis dedos que aceleraba así el proceso de auto excitación, mis dedos penetró este invitando pozo sin fondo, bajo la acción voluntaria de su mano, yo no necesitaba con todo ya esta ayuda; mis dedos se insertaron al los más profundos del pozo sin fondo, explorando, rasguñando al paso, forzando las extrañas asperezas que surtían esta cueva de joven muchacha, del útero hasta a la vulva, que hacía brotar fangosos líquidos que venían a rociar sobre mis dedos, sobre su piel, sobre mis manos, sobre sus manos, fuera de la caverna, activando mis sentidos en sutiles descargas eléctricas que se propagaban hasta bajo mi calzón, yo iban a estallar como una bomba pirotecnia.

A la retirada de mis dedos, se adormece satisfecha, parecido inhalar el olor que salía de su pozo sin fondo aún entre abierto y que se mezclaba al sudor que filtraba de mis poros, sus ventanas nasales bullen.

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Hombres entraron en la parte. Había tenido tiempo de desplazarse hacia la parte y de poner de nuevo tan mal que bien, sus prendas de vestir. Se iba a traerme. Hubo un debate animado entre ella y los hombres. Eso me concernía. Luego salieron. Sentía que mi vuelta había venido.

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Oía ruidos con voces animadas, luego ellos volví de nuevo. Me llevaron. Estaba allí, su cara no mostraba ninguna señal de tristeza ni de satisfacción, era impasible. Acorazada de su quincallería militar, no tenía ya el aire de una joven muchacha.

Al exterior, el sol se levantaba detrás las montañas, que rodeaban un pequeño valle rocoso, que disimulaba mal los viviendas de fortuna en ladrillos y de mazorca. Un grupo de mujeres decoradas de joyas, pulseras, amuletos centellando y de los niños multicolores y agitados, salieron de una casa. Yo reconocidos mi compañera. Los niños la tenían por la mano, cada uno quería tacto a el.

Se nos condujo hasta el camión y vendados los ojos, rehacíamos la carretera hasta nuestro vehículo que se había camuflado sobre el borde de la carretera principal que conducía en Kabul.

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Había gente al restaurante Khyber Pass en Kabul, y tartas, queso, frutas, cosas que nos faltaban, que lo traían a la vida, a una determinada vida.

Había un cervecero de cervezas italiano, un cortesano y funcionario hipócrita, de los negociantes habladores, y el hijos del rey Zahir Sha estudiando en Suiza que venía a pasar las vacaciones en su país. Había también una aventura en el fogoso Pachtos poco probable al gusto de nuestros nuevos huéspedes, nuestra aventura.

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Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, septembre 1996) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
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