El presente de la joven guerrera Moudjahid
Acto II de un cuento erótico que tiene para escena Afganistán
Luego poco más tarde, fue a la vuelta de mi compañera. Protestaba ante los soldados que hacían todas las
señales para evitar esta etapa o hacerme pasar antes ella. Realizaba que habrían podido guardarla y abusar
ella y esta perspectiva me era tan dolorosa que de verla morir antes de mi. Puesto que era necesario morir.
Seguía siendo allí postrado. El aire huraño, los ojos clavados al suelo, esperaba el final, renunciado; volvía a pasar en mi cabeza todos los episodios de mi vida, que enmarañaban en cascada. Una vida que iba a abandonar, tenía la certidumbre.
Luego el joven encargado se movió ligeramente en mi dirección sin levantarse. Deslizaba hacia mi sobre sus rodillas, las nalgas saltando ligeramente sobre sus piernas que arrastraban sobre la tierra pegada. Sus saltos vacilantes se ella acercaban lentamente de mi, y esperaba finalmente establecer el contacto, la simpatía recíproca que me habría permitido a comunicar. Al exterior, todo era tranquilo. Acababa de pasar un largo momento desde la salida de mi compañera.
Creía haber despertado en él, un determinado compasión. Iba a venir a tranquilizarme o reconfortarme
antes de mi final o simplemente hacer el propio trabajo. No podía percibir sus intenciones reales sobre su
cara. Nos observábamos ahora derechos en los ojos.
Se detuvo derecho ante mi. Nuestras rodillas se afectaron. Su carabina, incrustada de piedras brillantes, se
suspendía a su hombro izquierdo y la tenía bien firmemente sobre su cadera izquierda, el cañón en mi
dirección el índice apoyado en el gatillo; veía distintamente los agujeros dispuestos simétricamente muy
alrededor de la camara de combustión, y que escupirían el fuego en el momento de la explosión. Iba a
liquidarme fríamente, a un metro de mi, mi sangre iba a rociar a su cara. Esta imagen amueblaba mi
espíritu, cerraba los ojos, renunciado esperaba la detonación.
Sentí sobre mi mejilla, un ligero fuelle. Un objeto había rozado suavemente mi mejilla. Abriendo los ojos
yo percibidos su mano que acariciaba mi mejilla. Exploraba mi cara de su mano, como si se trataba de un
objeto extranjero, cuyo origen no conocía. Este gesto no era hostil, tenía la convicción.
Se alzó de nuevo, y me encontré a rodillas, ligeramente inclinado hacia mi, habría podido lo afectar si mis
manos hubieran sido libres, su mano permanecía apoyada en mi cara.
Me afectaba como se afecta un objeto raro para entender las formas, por lo menos, esto es así que lo percibí.
Su mano era áspera pero al mismo tiempo, la sentía delicada, delicada como la mano de un niño, la mano
de una niña. Sus dedos dirigían mi cabello extrayéndolos delicadamente. Luego rozaron mi oreja, mi
nariz, oí entonces una ligera risa sarcástica que salía de su boca. Luego retrocedió ligeramente, se basó en
sus nalgas con lentitud y sonrée los ojos siempre clavados a mis ojos. ¿Tenía el sentimiento de trabajar
una amistad o era una mala impresión? Su mirada era de una determinada ternura y casi podía imaginar
las características de una joven muchacha.
Acercó su mano y tomó mi mano derecha que depositó sobre su mejilla y allí lo apoyó mucho. Tuve como un movimiento de retroceso, pero lo reteniste con una determinada energía de modo que haya comprendido que no podía elegir. Era imberbe pero su piel era agrietaba, tallada por el sol intenso, una piel de indio, como una corteza de árbol, ella tenía la consistencia de la naturaleza, el color y el olor también.
Hizo viajar mi mano tranquilamente sobre las asperezas de su cara, de su nariz, de sus orejas, de su
cabello negro y grasiento bajo su turbante que se era desenredado, y la dirigió lentamente hacia abajo, en
lo apoyó mucho en los tejidos de algodón que cubrían su cajón. Se detuvo en el busto. Sentí como una
excrecencia, un pequeño pezón que molía su camisa, y mis dedos que viajaban así, se colgó al paso a un
pequeño botón, la papila de su seno que se ponía rígido bajo mis dedos.
Luego, su mano implicó mi mano por la apertura de su pantalón ancho y hubo con seguro. Exploraba al
mismo tiempo, con ojos llenos de avidez, las partes ocultadas de mi cuerpo, en mi sexo que ya mostraba
señales de excitación bajo mi pantalone, mis sentidos se despertaban, lo sabía pero no hizo ningún gesto
en esta dirección.
A la retirada de mis dedos, se adormece satisfecha, parecido inhalar el olor que salía de su pozo sin fondo
aún entre abierto y que se mezclaba al sudor que filtraba de mis poros, sus ventanas nasales bullen.
Al exterior, el sol se levantaba detrás las montañas, que rodeaban un pequeño valle rocoso, que disimulaba mal los viviendas de fortuna en ladrillos y de mazorca. Un grupo de mujeres decoradas de joyas, pulseras, amuletos centellando y de los niños multicolores y agitados, salieron de una casa. Yo reconocidos mi compañera. Los niños la tenían por la mano, cada uno quería tacto a el.
Se nos condujo hasta el camión y vendados los ojos, rehacíamos la carretera hasta nuestro vehículo que se
había camuflado sobre el borde de la carretera principal que conducía en Kabul.
Había un cervecero de cervezas italiano, un cortesano y funcionario hipócrita, de los negociantes habladores, y el hijos del rey Zahir Sha estudiando en Suiza que venía a pasar las vacaciones en su país. Había también una aventura en el fogoso Pachtos poco probable al gusto de nuestros nuevos huéspedes, nuestra aventura.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, septembre 1996) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
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