Ya es la noche, la luna es llena. Como un faro potente, transforma los obstáculos en sombras fascinantes,
de sombras que se agitan, al nivel de mis ojos, como inquietantes enemigos. Me arrastro así sobre el suelo
desde horas, en busca de estas misteriosas señales ocultadas aquí y allí y que lo llevarán, lo espero, en el
punto último de la reunión de los miembros de la tropa.
La última señal indicaba una orientación de 0 grados en dirección Norte-sur, y una distancia de 1050 pies
hasta la señal siguiente. Conté más de 1000 pies. Debo ser prudente, oigo los golpes de reprimenda de los
snipers a lejos, para otros soldados de infantería sin duda; bastaría de una torpeza, de un falso paso, el
despegue de un pájaro sobresaltado, el crujido de una rama muerta, una sombra que se agita, para que las
bolas vienen crepitar alrededor mi; estos snipers encaramarcen en los árboles, sobre las colinas o detrás de
los obstáculos y que se disfrazan en sombras siniestras allí muy cerca. Todos mis gestos deben
premeditarse para evitar la menor señal de mi presencia a este lugar.
Es uno de los numerosos ejercicios de mi arrastramiento al cuerpo de ingeniería de los oficials del ejército canadiense.
Estamos al campo de Chilliwack en el valle de la Frazer, a los pies del la rocosas canadienses. El arrastramiento es difícil,
variado y peligroso. Somos de pie a las 5 de la mañana, por vanas tareas domésticas, ejercicios de dril sobre el "parade
square", de los trabajos prácticos para dinamitar de los puentes ferroviarios, apuntar a los tanques inmóviles con bazuca, a levantar las minas del campo, y a este juego sutil que consiste en arrastrar de señal en señal hacia un
punto último, la noche, evitando los golpes de reprimenda de los snipers dispuestos aquí y allí in situ, ejercicios duros bajo la
dirección de sargentos duros y cabos cumbres que tienen por tarea de quitarlo de toda humanidad, ellos pone a la prueba
su temeridad, su orgullo, su agilidad y su individualidad.
Aprendemos a incendiar, a dinamitar, a torturar, a matar, a vincer, a violar y quienes aún.
Estos largos días de duros trabajos se recompensan a menudo venida la noche, de dragas enamoradas
sobre los bordes de "Cultus Lake" con niñas de la región, ingenuos ninfas en caza de aventuras pueriles, a
descubrir los secretos que se ocultan bajo sus blusas; fines de semana lúbricos en los teatros burlescos de
Seattle, masturbandose laboriosamente observando la lenta deshojadura de Lily Saint-Cyr y de sus "strip-
teasers"; largos permisos adornados de expediciones audaces sobre las cuestas bruscas del "Skagit Range",
los montes que rodean la región; famosas borracheras entre hombres en las tiendas que nos sirven de
dormitorio.
Pienso en estas cosas, a estos cortos momentos de fuga y a mi madre piadosa y posesiva, que no habría
apreciado las fugas perversas de mi espíritu, o verlo así mientras que mi cuerpo desliza lentamente sobre
el suelo irregular y accidentado, mi cuerpo excesivamente encargado de un incómodo "battledress" y de un
arma al largo cañón, prolongada de una bayoneta; la tengo de las dos manos ante mi al final de mis brazos,
y me sirve que avance, que guarde el equilibrio, que me desplace como si remaba sobre un barco pesado.
Durante esta larga marcha, pienso en este "french kiss", excavaban de mi lengua al sumo profundo de su
esófago, y a la incursión bajo los bribóns de Lynda, que debe acariciarse de mis manos febriles sus
pequeños senos nacientes, triturar su vagina no aún desflorada; pequeña muchacha aventurera, allí, detrás
del contador del almacén general de Agassiz, haciendo el aprendizaje de sus primeras incursiones
sexuales con uno de estos obsceno aprendices soldados, venidos del este y hablando una lengua
extranjera, y que es necesario evitar frecuentar y que sin embargo, Lynda subyuga y prueba como una
fruta exótica; esta fruta perversa prohibida por su madre escrupulosa y su padre autoritario; su padre quien
se entiende enredar los cojos de conservas, en la entrega posterior, y que podría surgir en todo momento en
la tienda; la guio con destreza a dirigir el rígido bazuca en fusión, que se escapa socarronamente del
escote de la cremallera de mis pantalones; lo oiga, pequeña cierva acorralada, gemir de asombro que debe
sentirse el frío líquido que ya rocía fuera del estrecho huso y viene a impregnar su pequeña mano fija de
asombro.
(atención: imagen animada voluminosa)