Según mis cálculos, debería ser a la señal número 9. Agradezco el cielo no haber sido situado. Yo cruzados
un pequeño montículo de tierra, probablemente tallado por la mano del hombre. Una mirada circular
sobre el lugar, me muestra la presencia de sombras inquietantes: formas gruesas que se alinean en mis ojos
como gnomos listos al combate, de otras sombras destrozadas con forma de espantajos difundidas aquí y
allí; el despegue histérico de misteriosos pájaros me congela de pavor.
Busco la señal con ansiedad: descifrar el mensaje y dejar lo más rápido posible este lugar siniestro. Allí,
muy cerca, a final de brazo, una piedra fijada en tierra ligeramente inclinada sobre el lado izquierdo,
detrás de la cual debe encontrarse lo cojea de metal en la cual se encuentra el mensaje; es así que se
escribe sobre el mensaje de la señal número 8. El envase no está allí. ¿Es la buena piedra, realizó bien el
trayecto descrito? Me pregunto y me preocupo, observo las otras piedras a los petroglifos misteriosos,
alineados allí muy cerca, de una manera desordenada, y que se inclinan en todas las direcciones; me
preparo a visitarlos sucesivamente. Luego percibo en un repliegue oscuro del suelo, el envase de metal;
extirpo, no el mensaje, sino un montaje heteróclito de pequeñas osamentas, de las plumas de águilas, de los
pedazos de cortezas de abedul subcordata a las caligrafías extrañas trazadas con la sangre, todo eso
conectada groseramente a correas en pieles de caribú. Tengo un movimiento de retroceso. Un ruido
estridente invade mis tímpanos, como el silbido de una bola que lo habría rozado de más cerca. Percibo,
fijado en tierra y casi bajo mi nariz, la larga y fina barra superada de uno plumero y de cintas teñidas de
sangre, aún agitada del temblor de la fina lanza bajo el efecto de su violento impacto al suelo.
Voces, gemidos, invectivas, charlas de pájaros, sonidos de tambores, ruidos, gutural gritos como
se sale del gaznate de monstruos imaginarios, los estancamientos acercados de seres invisibles, allí, muy
cerca; otras flechas que se cortan repentinamente en torno mi, al las menores de mis movimientos. El
espacio que se anima, que toma vida repentinamente, tal como perturbado por la invasión de un cuerpo
extranjero. Se me congela de pavor.
Las piedras se agitan bajo mi nariz en un ballet desordenado, parecen burlarme; sombras inquietantes se
perfilan a lejos; intento hacer un movimiento, las flechas se fijan al suelo, como para prohibirme todo
movimiento en algunos sentido que sea. Me rodean sin nunca no alcanzarme, como si el espacio, donde me
encontraba, me había protegido por un guardia-ángel invisible, y que el peligro real no podía manifestarse
sino más allá esta estrecha frontera. Me es imposible de avanzar, alcanzar la una de las piedras, o
retroceder camino sin causar el despertador peleón de los lugares, el despegue de las flechas fatales. Se me
congela de pavor. Me bastaría que me levantara, los snipers harían crepitar sus armas, tendría quizá de la
compañía, una milicia para que me hiciera a preso, que eliminara mis angustias, al precio de un
encarcelamiento, de un doloroso trabajo molesto. ¿O se sacrificaría a los monstruos invisibles que
soterrarse muy cerca de allí?
Luego el suelo se pone a moverse bajo mi, en movimientos ondulantes lentos y rítmicos; se alza y me
implica en un lento movimiento ascendente. No me moví de mi posición, se extiende ampliamente mi
cuerpo al suelo, los miembros descartados como para impedirme oscilar, siento el suelo desagregarse bajo
mis duras prendas de vestir militares, luego transformarse poco a poco en una forma casi humana, un
espectro salido de las vísceras de la tierra. Soy fijo de pavor, inmóvil como para evitar indicar mi
presencia, durante que se dibuja pequeño a pequeño la forma del espectro, el cuerpo de una mujer inmóvil
y dormida, a un joven hembra salvaje, salida repentinamente de las vísceras de la tierra y que lo soporta
de su cuerpo desnudo, helado y gracioso.
Levantarme, tomar la fuga, soy incapaz de obrar, como solidificado por una inexplicable fuerza, que lo
retiene alargado arriba del cuerpo inerte de la extraña criatura, salida de las vísceras de la tierra; me alzo
ligeramente, mis fuerzas me impiden que vaya más lejos, está allí inerte, helada y desnuda.