Las tareas prácticas de la profesora de escuela.
Acto I de un cuento erótico de juventud.
"Hago a menudo este sueño extraño y penetrante"
"De una mujer desconocida, y quien amo, y que me ama,"
"Y que no es, cada vez, ni totalmente la misma"
"Ni totalmente una otra, y que me ama y me comprende."
Verlaine
Cada mañana, hacía el mismo trayecto entre la casa y el colegio. Mí que ya me tomaba para un hombre,
transportaba con todo mi aire de pequeño inocente chico, en mi pantalón corto y disfrazado de un bolso a
espalda de alumno.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, août 1996, révisé décembre 1998) © 1996 Jean-Pierre Lapointe
A micamino de la casa al colegio del Sacré-Coeur, había el convento Notre Dame para muchachas, el
objeto de mis angustias diarias. No me atrevía a caminar sobre la misma acera, allí donde estas
muchachas, vestidas en negro, circulaban, charlaban, hacen carantonas antes del tintineo de la campana
que los traería al interior.
Había una vigilancia de una religiosa, fácil a pasar. Pero no me atrevía a taladrar este jaleo invitabando y
yo permanecía por mi parte de la acera, esperando una mirada, una risa travieso, una clase de invitation
por parte de la mas viva de entre ellas.
Habría querido tomar su mano, llevarlo en el parque detrás de la estatua del Sacré-Coeur, afectar sus
manos, su cara, sus papilas que taladraban su blusa, la más bonita de las tres, que sufría las provocaciones
de sus amigas que deben reaccionarse a mis miradas dudosas. Y no hacía nada, al igual que todas las
mañanas, nada más que de agravar mis sentidos que ya se manifestaban en mi.
Esta mañana al igual que todas las mañanas, me instalaba en mi lugar sobre la primer fila y en el centro
de la clase. Levantaba la tapa de mi pupitre para depositar mis libros y me preparaba dócilmente a un otro
día de descubrimientos. Me impregnaba de la escuela con pasión tanto como para las niñas del convento
Notre Dame.
Nuestra maestra se llamaba señorita Yvonne. La devoraba de mis ojos, como para asimilar mejor la
ciencia que nos transmitía. Estaba como mi madre, otra madre para amueblar a otros momentos de mis
días, una madre al igual que todas las madres, atenta a todos sus gestos, imperativa, demandada de la
verdad.
Esta mañana, llevaba un vestido de filloa reluciente que molía su cuerpo. Observaba eso por la primera
vez, como para acordarme de los deseos que lo exaltaban mi, pasando cerca del convento Notre Dame.
¿Era realmente la primera vez, cuando deambulaba de su pupitre al cuadro negro que mostraba todas las
curvas de su grupa, yo observaba una grieta bien visible que parecía aspirar el tejido de su vestido?
Luego se movía del cuadro al delante de la clase, rozando mi pupitre y haciendo largos gestos como para
hacer mejor entender el significado de sus palabras. Algunas veces se apoyaba sobre mi pupitre, para orientar
mejor su mirada sobre algunos alumnos, los menos flexibles que dominaban détras de la clase. Y
permanecía allí un tiempo, hablando y moviéndose apenas, suficientemente para desplazar la filloa de su
vestido sobre el zócalo firme de sus carnes. Casi oía el sonido del tejido que rechina, rozando las asperezas
de su cuerpo, sus senos puntiagudos, su cajón fino, sus caderas prominentes, que se molían a cada de sus movimientos.
Olvidaba las ninas del convento Notre Dame. Tenía bajo mi nariz, el lugar donde comienzan sus piernas,
sus nalgas cuando se daba la vuelta. Se desplazaba como si era el centro de interés de la clase, en torno a
mi pupitre o, apoyándose. Inhalaba las essencias de su cuerpo, un perfume y un olor indefinible cuando su
abdomen se acercaba a algunos centímetros de mi cara.
Habría podido tocarla, deslizar mis manos sobre la filloa tendida sobre sus carnes, eso había sido fácil y
cerraba los ojos como si eso era verdadero. Parecía el solo de ver estas cosas como si otros no eran allí, o
que ella estaba allí que para mi. No oía, ni veía las señales de un similar descubrimiento en los otros
alumnos ocupados a trabajar, a absorber estos nuevos conocimientos o a dormitar.
Deseaba que inclinose sobre mi, explicándome un paso del curiculum demasiado difícil a asimilar. Eso
se produjo, sentí sus manos sobre mis dedos y el soplo de su voz rociar mi cuello. No pude olvidar,
extrañas corrientes se manifestaron bajo mi calzón y sentía con mayor fuerza, el peso de mi pupitre sobre
mi aparato genital.
Tenía un determinado temor que estas manifestaciones estén señalando por los otros alumnos que no
apreciarían esta atención de la maestra a mi attention. Ya era catalogaba como el favorito de la clase, pero
estos momentos me parecían de un cualquier otro tipo.
Al dormirme esa noche, tenía la sensación de haber realizando alguna cosa y, por la primera vez en mi
vida de niño, me preparaba al sueño como si iba a la aventura.
No llegaba a dormir realmente, sí ligeramente sin duda. Había cubierto mi cara de los paños de la cama,
como para impregnarme de una gran oscuridad. Dormitaba un tanto y, todos los ruidos de la casa se
transformaban en extrañas epopeyas que me daban casi miedo.
Sentí como una presencia en la habitación. Un determinado atisbo taladraba ahora a través del paño que
cubría mi cara, algún el se acercaba y la angustia de la noche no me permitía pensar que no podía ser
algúna otra que mi madre.
Había dejado de moverse, creyendo borrarme ante este fantasma de la noche. Mi paño se alzó
repentinamente.
Delante de mi, era allí señorita Yvonne, desnuda como nunca había visto a una mujer desnuda. Me
observaba fijamente con un aire de ternura y, se deslizó a mis lados y acurrucóse contra mi cuerpo. Podía
comtemplar discretamente toda la sensualidad de sus formas que la filloa de su vestido solo me había
dejado conjeturar; todas estas otras formas que me imaginaba y que mi joven edad me prohibía a conocer.
No atrevía a moverme para no perturbar lo que habría podido no ser más que una quimera.
Tomó mi mano y la guió sobre su cuerpo, que lo quiso hacer descubrir.
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