Canto VII del Purgatorio
Las princesas del valle florecido.
Salva Regina.
Poscia che l'accoglienze oneste e liete furo iterate tre e quattro volte, Sordel si trasse, e disse: «Voi, chi siete?». «Anzi che a questo monte fosser volte l'anime degne di salire a Dio, fur l'ossa mie per Ottavian sepolte. Io son Virgilio; e per null'altro rio lo ciel perdei che per non aver fé». Così rispuose allora il duca mio. Qual è colui che cosa innanzi sé sùbita vede ond'e' si maraviglia, che crede e non, dicendo «Ella è... non è...»,
VUELTA A LA PUERTA DEL PURGATORIO
Vea allí, una alma aislada y solitaria que mira hacia nosotros; ella nos demostrará el camino más corto. Vinimos a ella: "Oh alma al paso latino, cuánto tu actitud es orgullosa y noble y el movimiento de tus ojos, lleno de dignidad y lentitud!" Se informó de nuestra patria y nuestro estado: "Quiénes son?" Y mi guía contestada: "Soy de la Gaule." "Oh galo como mi." Soy Marianne seguramente y de tu ciudad!" Y se abarcaron a repetición, sobre la mejilla izquierda, luego sobre la mejilla derecha, en una mecánica codificada que es proprio que a los Franceses. "Soy Baudelaire y sacrifiqué el Cielo para ningún otro crimen que para privarme de la Fe." A estas palabras, tal aquélla que ve ante sí a este gurú que amueblaba sus sueños y que la sabe ante sí y finge no creerla, y que se excita de alegría; lo abarcaba allí y el tiempo que es necesario, y con la efusión necesaria para a dejar suponer, a que vería la escena, que quema para él de un amor inconsiderado. Y dice: "¡Oh gloria de los galos!" Usted, por quién la lengua mostró esto que era capaz. ¡Oh eterno de honor del lugar donde nací! ¿Qué mérito y qué tolerancia me le demuestran? Si soy digno oír sus palabras, diga mi que lo hace qué claustro del Infierno viene usted?" Y Baudelaire le contestó: "Estoy allí donde sólo hay tormento soledad, de denuncias que de suspiros y vivo allí con niños inocentes y otros que tuvieron tanto virtudes si no las buenas. Si lo puede, indica el camino más corto que conduce al purgatorio." Y él contestó: "No tengo estancia fija y puedo me ir por aquí por allá de como me agrada. Le acompañaré y dirigiré por la noche se acerca y tiemblo ya; conozco un lugar, muy cerca, donde estaremos buenos, usted tendré todo placer de estar allí de conocerme mejor." Entonces mi señor dicho, muy excitado: "Pues, lleva dónde dice que se podrá tener placer que permanecer." No se alejabanos muy de allí cuando yo me percibidos que la montaña era hueco como lo son los barrancos sobre tierra. Había una senda sinuosa y de cuesta suave, que nos trajo si cerca de la entrada que se podía percibirse todo el esplendor. La naturaleza sino no había extendido sus colores pero, por la suavidad de mil de olores, formaba un perfume único, desconocido e indefinible. Allí, sobre la hierba verde y las flores, vivo bonitas almas sentadas y que cantaban: "Salva, Regina". Y Marianne me dice entonces: "Antes de que el sol acabe de dormir yo te acompaño en estas hadas extraviadas de las que podrá comtemplar las caras a su comodidad y aprovecharse de sus sulfurosas caricias que lo descansarán de los cansancios del viaje." Así estuvimos en la cueva, mi guía se había retirado discretamente, y no veía Marianne más, sino que oí muy bien la voz de mi amo, que cantó: "Viene sobre mi corazón, alma ingrata y sorda, Tigre adorada, monstruo a los aires indolentes; Quiero mucho tiempo hundir mis dedos que tiemblan en el grosor de tu crines pesado; En tus enaguas llenadas de tu perfume enterrar mi cabeza dolorida, y respirar, como una flor criticada, el suave tufo de mi amor difunto ¡Quiero dormir! ¡dormir más bien que vivir! En un sueño tan suave que la muerte, extenderé mis besos sin remordimiento sobre tu bonito cuerpo pulido como el cobre. Para absorber mis sollozos aliviados nada me vale el abismo de tu capa; El olvido potente vive sobre tu boca, y el Léthé pasa en tus besos. A mi destino, en adelante mi delicia, obedeceré como uno predestinado; Mártir flexible, inocente condenado. El que entusiasmo atiza el suplicio. Chuparé, para ahogar mi rencor, el népenthès y la buena cicuta a los finales encantadores de esta garganta aguda Que nunca no ha encarcelado del corazón."(1) Me acuerdo muy bien en la tierra, de esta poesía carnal, la canción de Léo Ferré mientras que mi miembro dolorido, buscando en el vientre de Mireille, hube desflorada sin remordimiento tu flor de lis; estaba entonces, yo lo sé, en Paraíso, aquél, el mismo que busco otra vez. Y se me somete aquí así, de tantas caricias sobre mi cuerpo cansado, por tantas bonitas almas en un mismo tiempo, que no tenía, en tan poca hora, aliviado todos mis cansancios y mis dolores.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (La tragédie humaine, janvier 2000) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
(1) Extrait des fleurs du Mal de Charles Baudelaire.
Theme musical: collection Nguyen (knuckl), emprunté aux Archives du Web.
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