La muchacha al beso de acero.
Acto III de un cuento erótico teniendo para escena, San-Antonio, Texas.
Oigo ruidos detrás de la puerta. Salgo en sobresalto de mi somnolencia. La puerta se abre discretamente,
una sombra se acerca en el negro que tengo dificultades a definir, una sombra que se avanza
prudentemente y que vuelve en torno de mi, como un animal que huele su presa y que no se decide lanzarse a
ella; oigo su respiración cuando se acerca a la cama, y los glóbulos blancos de sus ojos que taladran del
penumbra y que me fijan con avidez; ¿es un animal o una mujer, una sombra de mujer o de animal, un cuerpo
hechizando de animal o de mujer, que vuelve alrededor de mi cuerpo, y examina mi cuerpo desnudo, y lo
invade como un animal invade su presa? ¿O son pensamientos que alucinan, que me invaden y que me
torturan y que me invitan que me deje llevar por fantasmas eróticos?
No me moví, retuve mi respiración, intentando no perturbar el misterio que rodea este enfoque sexual, tan
extraño que inhabitual. Agradezco en mí mismo, al misterioso animal que hechiza que lo sé, es Juliette, haber
podido así por este enfoque, colmar mis más sutiles fabulaciones sexuales.
Antes de poder pedir mis pensamientos, se lanza sobre mi con el gruñido siniestro de un animal salvaje. No
tengo tiempo de reaccionar; voluntario se clava a mi como una loba que inmoviliza a su víctima antes de
que inmolarla. La recibo así, asombrado y aprensivo, se extiende sobre mi de toda su longitud y se clava y
se frota y daña mis carnes de su cuerpo acorazado de objetos metálicos, de correas de cuero enjambrado de
clavos, cadenas y objetos heteróclitos.
No me moví, tenía con todo la fuerza; la sorpresa y un determinado reconocimiento en mis carnes me
invitan que acepte este ritual extraño. Puntualmente encarceló mis muñecas en anillos de metal que me
congelan la piel; mis brazos se inmovilizan a la cabeza de la cama. Soy preso, un poco impaciente pero
sobreexcitado en mis carnes. Soy la victima de esta mujer quien me había imaginado suave y convencional,
repentinamente convertida en estúpido salvaje, ultrajesa comedora de hombre, acepto como si mis sienten
se decían, que alcanzaría el Nirvana en el vicio de mis sentidos, sublimado por la violencia, los malos tratos
y quizá la muerte. Estaba como el toréador impaciente ante el apetito orgia del toro.
Se acerca socarronamente y me huele, examina mi cuerpo de arriba abajo, rumiando, expulsando el aire
de su nariz, deslizando su lengua pegajosa sobre mis carnes, dejando escaparse de los cloqueo de codicia,
apoyando mucho sus dedos a las unas afiladas sobre los puntos sensibles de mi cuerpo, como para probar la
consistencia, buscando así el lugar propicio para atacar mi cuerpo y le ajusticiar para mejor a
continuación para devorarlo.
Luego tomada de una locura sadomasoquista, ella me flagelo, me increpa, martilla mi cuerpo y se frota a mi de
movimientos eróticos y sensual, desliza sobre mi cuerpo hay el rastro sangriento de los instrumentos de
tortura que surten sus carnes, me conecta excesivamente, activa mis sentidos de sus dedos a las unas
afiladas y nerviosas, penetra mi boca de su lengua codiciosa, chupándolo gruñidando al mismo tiempo,
desliza nerviosamente sus dedos a las unas afilados muy a lo largo de mis carnes, dejando estigmas
profundos, luego alcanza mis órganos sexuales que dirige con una aspereza inquietante, mis testículos,
luego mi pénis de los que se apodera y activa en movimientos acelerados hasta que esté a bordo del
estallido.
Se me hechiza, una extraña sensación se apodera de mi consecuencia a estas torturas físicas que
exacerban mis goces sexuales; es como si experimentaba del placer que debe sufrirse y
que aceptaba dejarme así torturar, que poco importo la salida sea la muerte. Es de eso que
piensa, la mujer que lo acosa y que hechizame y que exacerba mis sentidos y me tortura
así en un ritual mórbido; ¿esta a mi murió que piensa, este animal delirante que me devora y
que se prepara a sacrificarme así bajo ella en la sangre y en la muerte?
Luego, traga en su boca mi pénis inflado de sangre, y lo activa, deslizando a lo largo de mi carne vive,
alternante entre el movimiento en suavidad de sus labios jugosos y codiciosos y el cepillado arriesgado de
sus dientes afilados, estrechando y aflojando la presión, guía y volviendo a pasar de arriba abajo en ritmos
alternados, penetrando ligeramente, luego saliente momentaneamente para chupar el tal bálano un
chupón, o penetrando más profundamente que alcanza la entrada del esófago, evitando apenas el degüello
luego deteniéndose repentinamente, exactamente antes del orgasmo, como para hacer prolongar en mi el
placer. Me agito con furia bajo ella abrasivo de los miembros que me permanecen para forzarlo,
descartando con fuerza sus piernas, activando su vulva con mi rodilla libre, moviéndose y gesticulando
buscando de engullirme más profundamente en su boca, volviéndole golpe sobre golpe las torturas físicas.
Y, sin preaviso, supido y nivelado, estallo en su boca con toda la intensidad de una "Niágara" dejando
sacar de mi garganta, largo y quejumbroso gruñido de dolor. Este momento de éxtasis mórbido se
prolonga, como si no pudiera detenerse, mientras que sino ella no deja de activarme con toda la
impetuosidad de un vampiro, tragando mi semilla como lo más sabroso de los elixirs.
Subito, la habitación se llena con una luz intensa, salgo subitamente de mi entorpecimiento
carnal. Juliette está allí, cerca de la puerta entornada, la mirada fija, ella hincha torpemente su quimono a
los dibujos japoneses, que había dejado caer sobre el entarimado de madera; sólo tengo un demasiado
corto momento para entrever su cuerpo desnudo de una sublime belleza, luego se vuelve a cerrar inmóvil y
silenciosa observando la escena con estupor.
Bajo mi, muy cerca y destacando su cabeza de entre mis piernas cuarteadas, siempre éxtasiando por el
esfuerzo constante de uno largo y ardiente fellatio, percibo la cara horripilada de Emily, los ojos exorbitante, la
boca grande abierta sobre sus ganchos rodeados de vínculos a los aceros relucientes, aún chorreante de mi
esperma frescamente eyaculado.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, 1 janvier 2000) © 1999 Jean-Pierre Lapointe