Roméo y Juliette, los amantes librados de París.
Acto III de un cuento, que no es más una leyenda, de un amor al tiempo de la cópula industrial.
La cuestión que se plantea para los humanos
no consiste en saber cuánto entre ellos sobrevivirán
en el
sistema pero cuál será la clase
de existencia de los que sobrevivirán.
(Duna y el mesías de Duna, Frank Herbert)
La llamada de mi número, me toma de mis interrogaciones lubrico-demenciales. Me dirijo hacia el "reception desk" dónde vuelvo a poner, de un gesto instintivo, mi "social identity pass" a la designada de servicio. Sin intercambiar una única mirada ni una única palabra, llena un formulario a hojas múltiples, traslada las hojas rosados y azules que me vuelve a poner, envueltos alrededor de un "container" en plástico que lleva mi "social identity pass" y mi "biogenic and eugenic conformity card". Me indica a continuación, sin nunca salir de su mutismo funcional, la dirección de los "cabins" situados a la divergencia del gran vestíbulo, allí donde se encuentran también los "phone booths" y las "public toilets".
Allí deberé, como lo hago regularmente, repetir el ritual de la siembra de esta vulva en materia sintética
que retira una nube de vapor translúcida; y cierro los ojos a cada vez, tentador de imaginar los bordes
sanguinolentos de una vagina que se abre al contacto de mi vara, que se abre y que retira del miel olorosa y
que se estrecha y la encarcela a medida que se inserta para hacerlo estallar y rociar toda su materia viscosa
que viene a morir muy al fondo... del pozo en materia sintética.
Luego es la calma de nuevo. Vuelvo a cerrar el "container" de materia sintética donde descansa mi semilla. La imagen de la bonita extranjera se desmayó en el momento en que abrí los ojos.
Debo correr hasta el "bus stop" para alcanzar el autobús que vuelve a salir en dirección del terminal de la Porte-de-St-Cloud.
Es allí, la bonita extranjera, sentada discretamente sobre el asiento antes del autobús 73 de la línea Vincennes-Porte-de-St-Cloud, uno de los últimos supervivientes que cruza aún París de está en oeste.
La observo discretamente, me observa también, como si los convenios no prohibían ya a la lengua ojos violar la frontera trazada de pintura roja, la frontera entre ti y mi, entre nosotros y los otros inquilinos sentados silenciosamente sobre los asientos del autobús 73, por una y otra parte la línea roja que separa y protege y discrimina así los sexos y los almas.
Tiene basta que me observa de su mirada travieso para que reaparezca a mi celo de macho en calor. No tengo ya que cerrar los ojos para que las convenciones sociales me desmayo, que el "fhommelle" de servicio, travestida en "policewomen", sentada al lado del "driver", no nos supervisa ya de un ojo inquisitador.
Te observo y te veo que cruza la puerta del autobús exactamente después del paso de la puerta Maillot al
paro de LaMuette que linda los bosques del Bois de Boulogne, devastadas, infestadas de faunas
descargados, de sátiras sidatiques, de "shemales" brasileñas; te sigo como si sabía que tu mirada me pedía
seguirte para protegerse o tomarte. Te siga así, a corta distancia de clase que percibo las bolas móviles de
tu bonito culo; se muelen bajo tu faldita de algodón florecido; y lo sabe bien así, que ajusta el ritmo de
tus pasos a las vibraciones de mi cuerpo sobre el suelo y a las palpitaciones de mi corazón. Ti anticipos así
sobre el césped verde, saltadorandote a veces, otras veces deteniéndote para observarme de una manera
traviesa, insertarte en las montes bajas, para reaparecer más lejos como si era el cazador, y ti, el animal
desconectado que fingi de no dejarse desalojar.
Se nos entrelazaba el uno en otro, extenuados, mi cara contra su cara, nuestros alientos se confundían, sus piernas eran destacadas y cercadas mis caderas, mi miembro aliviado descansaba siempre en su vientre, cuando las "CRS-women" nos sorprenden. Se inclinaban allí sobre nosotros, lo armado al puño con el paso de Amazonas belicosas, nos separaron con violencia. Se se apoderó de la bonita extranjera, se la arrolló de golpes, se la profanó en él, insertando en la vagina, un largo y negro garrote, antes de traerla y traerme, mí, separadamente de ella, lejos, muy lejos, más allá del periférico, en dirección septentrional, lejos de los siniestros suburbios de hormigón, en una "social rehabilitation camp" que me recordaba los campos de concentración que había visto, antes, al cine. Hay aún, a trabajar como un forzado y a confesarme sin cesar de mis justas faltas, y de aquéllas que se querrían me bien imputar, y a rogar los nuevos Dios, para el hola de mi alma de macho enamorado, exactamente lo que es necesario para preservar mis frágiles testículos del suplicio de la ablación, por los terribles inquisidors de la conciencia social.
El campo llevaba un nombre extraño y difícil a retener, si mi memoria no es defectuosa, eso se asemejaba a Auschwitz.
Marco Polo ou le voyage imaginaire (Contes et légendes, décembre 2000) © 2000 Jean-Pierre Lapointe
Trame sonore empruntée aux archives du Web: