Canto XXXI del Paraíso
image Boris Vallejo

La Santa milicia de las Vírgenes blancas.
La esperanza en el Beatitud.


In forma dunque di candida rosa mi si mostrava la milizia santa che nel suo sangue Cristo fece sposa; ma l'altra, che volando vede e canta la gloria di colui che la 'nnamora e la bontà che la fece cotanta, sì come schiera d'ape, che s'infiora una fiata e una si ritorna là dove suo laboro s'insapora, nel gran fior discendeva che s'addorna di tante foglie, e quindi risaliva là dove 'l suo amor sempre soggiorna.


VUELTA A LA PUERTA DEL PARAÍSO


La santa milicia de las vírgenes blancas que el Cristo casó de su sangre, y la otro que canta la gloria de El que lo abrasa de amor, como un enjambre de abejas en trabajo, a veces hunden en el abismo para recoger el néctar divino, refunde superficie un tiempo, agotadas y repues, para descansarse sobre los pétalos rojos de sangre, o descienden en la gran flor donde su Amor resida eterna, ya no volver de nuevo a la vida. Todo los corpos son de llama viva, sus flagelos son de oro, y el resto blanco y translúcido, que ninguna nieve se asemeja a ellos. Descienden en la flor, del grado al grado, hay la felicidad y la paz que adquieren jugando de sus flagelos para vincer la fuerza irresistible de la corriente. Ni la vista ni el esplendor los detienen, por esta multitud, nadando a contracorriente, que se interpone entre la flor y la cumbre; ya que la luz divina los penetra según que ellos son dignos, de modo que nada puede suponerles un obstáculo, si no la corona radiante que protege el acceso, y que se desagrega bajo el efecto de una fuerza divina, de modo que un alma la penetra solamente y la fecunda de su precioso polen. Este alegre y tranquilo núcleo, llenado con una luz attractiva, dirigía las miradas hacia el mismo objetivo, la promesa de un nuevo amor. ¡Oh luz eterna! Centellando a su vista en una única estrella, y los colmaba así de un deseo tan intenso, que no podía detener la tormenta de su curso loco. Mí, que había pasado del humano al divino, del concepto del tiempo a la eternidad, de la vulgaridad terrestre a la sublimación del Bien, ¡de qué estupor no debían ser llenado! Ciertamente, entre Jeanne y la esperanza en la Beatitud, cómo es dulce era para mí de no oír y sigue siendo reservado. Llamaba de todos mis deseos y esperaba alcanzar el primero el santuario; ¿cómo podría describirlo a usted, a ésos también muchos y ansioso quién me leyó? Así pues, nadaba eso y allí en el plasma luminosa, paseaba mis ojos por todos los grados, a veces en cumbre, a veces en parte baja, a veces muy alrededor. Veía caras impresionadas el mismo deseo ciego, radiantees de la luz de Otro y de su propio deseo: movimientos producidos por todos los dolores al mismo tiempo que todas las gracias. Mi mirada ya había abarcado, entero, la forma general del Paraíso, que se asemejaba a un sol inmóvil, pero centellaba de una luz que parecía desafiarme, llamarme de todos sus deseos, lo que reforzaba mi curso desgrenado, así como la de las otras almas que se aglutinaban alrededor, manteniendo, me parecía, los mismos deseos ciegos, los mismos sufrimientos, los mismos dolores, a querer acercarse si cerca del Astro erogeno. Y, con un deseo avivado, yo me volvé hacia mi Dama para preguntarla sobre puntos cuyo mi espíritu estaba preocupado. Me proponía dirigirme a una persona, y es otra que me respondió; creía ver a Jeanne y vivo una Dama, púdicamente desnuda, como estas gracias míticas. Tenía una piadosa actitud y extendía una suave serenidad, como conviene a una blanda madre. "¿Dónde es Jeanne?" Dicen repentinamente. Y la Santa Dama me respondió: "Es Jeanne que me envió para llevar tu deseo a término; y si explora bien tu alma, la verá hasta el final de el viaje." De este pozo sin fondo tan profundo dónde el trueno estalla, de ningún ojo mortal no es tan distante que mis miradas no lo eran Jeanne, pero ningún obstáculo alteraba su imagen. Y vivo Jeanne en un rayo de sol, desnuda y aligerada de su armadura de acero, se confundía a la luz ambiente, y no era más que más bonita. Y la ruego como sigue: "¡Oh Adorable Doncela! En Usted, puse todas mis esperanzas carnales. Usted que, para expulsar mis angustias, dejó en infierno el rastro de Sus pasos frágiles, yo Le agradece, por Su gracia, ha sustituido, en mi, la esclavitud de los sentidos por la libertad del Amor supremo. Acompaña mi alma, así curado, para que se traslade de mi carne y que ella Le junte en el Éxtasis eterno. " La vi, en lejos, que miraban y que sonrió en mí; Ella dio vuelta hacia el pozo sin fondo eterno dónde nadé encendido con dolor y sabía que ella rogaba para mi. Y la belleza santa del cielo dice a mí: "Soy enviado por La quién, muda de un santo Amor para usted, la rogó que te guiara en este viaje preparándote a entrar en el Óvulo divino; la Reina del Cielo, para quién me consumí en un Amor entero, le obtendrá la gracia para realizar este viaje, porque soy Théresa Muchacha de Ávila, y vivo en éxtasis delante del Rey del Cielo. " Levanté los ojos y vi una luz intensa, con en su medio mil de ángeles en fiesta, con sus cuerpos translúcidos y asus alas desplegada, y yo vi una Belleza en su centro, que sonrió a sus juegos y a sus bordes. No podría expresar, aquí, con palabras o imágenes terrestres, qué conservé de Ella, y cómo la Dama Virgen encendió mi alma. Cuando Théresa vio mis ojos fijados en Ella, ella dio vielta a su tonelada de los ojos Ella, con tal amor, que ella hizo el míos también que se quemaban en el Amor para Ella.



Marco Polo ou le voyage imaginaire (La tragédie humaine, janvier 2000) © 1999 Jean-Pierre Lapointe
Theme musical: musique d'atmosphère (fairy): emprunté aux Archives du Web.
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CANTO XXXII DEL PARAÍSO